FEBRERO...
CAVALLERIA RUSTICANA
Cavalleria Rusticana
iovanni Verga, a quien no en balde se ha denominado "el más siciliano de los sicilianos", nació en 1840 en Catania (la patria de Vincenzo Bellini), puerto marítimo bien guarecido sobre la costa oriental de Sicilia, cuya población se extiende no sin audacia a los pies de ese gigante dormido que los atlas geográficos identifican como el volcán Etna. Como buen número de jóvenes sicilianos de todos los tiempos, dejó la casa paterna cuando apenas había dejado de ser un niño para dirigirse "al continente" —así llamaban entonces los isleños a la península itálica— en busca de fama y fortuna, o por lo menos, de algún porvenir. Alternativamente establecido en Milán, Florencia y Nápoles, debió ver transcurrir veinte largos años antes de obtener su propósito, que hizo posible la sensacional repercusión de un breve relato de costumbres sicilianas titulado Cavalleria Rusticana (el título está en italiano, y su traducción más acertada sería “Caballerosidad rústica o pueblerina”, lo que alude a un código de honor que rige en una modesta comunidad siciliana) e incluido en el volumen Vita dei campi (Vida rural). El éxito literario fue rotundo, pero la fama y el dinero llegaron sobre todo cuando Verga —que había realizado una adaptación escénica de su cuento— logró que ésta fuera estrenada por Eleonora Duse (quién fuera la más célebre actriz de teatro italiana de finales del siglo XIX), gracias a la providencial intervención del dramaturgo Giuseppe Giacosa (el futuro libretista de Puccini). Apuntemos también que el primer Turiddu (joven soldado de Cavalleria Rusticana) representado en teatro fue encarnado por el actor Flavio Andò, que siciliano de nacimiento y de origen, infundió al personaje una pasión singular y tuvo mucho que ver, lo mismo que Eleonora Duse, con el memorable triunfo inicial del Teatro Carignano de Milán, la noche del 14 de enero de 1884.
En ese momento, Pietro Antonio Stefano Mascagni tenía sólo 21 años y completaba sus estudios musicales en el famoso Conservatorio de la misma ciudad. Había nacido en Livorno el 7 de diciembre de 1863, en humildísima cuna. Su padre, que era panadero, pretendía convertirle en abogado, pero el joven Pietro, atraído por la música, la estudió en secreto ayudado por dos modestos profesores de su ciudad natal, Pratesi y Soffredini. Cuando el padre descubrió la jugada, ya era tarde para torcer el destino de su descendiente. Las aptitudes musicales de éste eran tan promisorias como para suscitar el entusiasmo de un acaudalado mecenas, el conde Florestano de Larderel, con cuyo auxilio pecuniario pudo viajar a Milán e inscribirse en los cursos del conservatorio. Sus estudios (pese al interés con que le apoyaron algunos de sus profesores —Amílcar Ponchielli entre ellos—) se desenvolvieron allí sin pena ni gloria. Melodista inspirado, al joven Mascagni le fastidiaban las complejidades del contrapunto, y sintiéndose impotente para soportar el rigor de los sistemáticos estudios, se alejó del Conservatorio sin haberlos terminado.
Durante un tiempo, la existencia de Mascagni asumió contornos de novela; incorporado como director musical a una trashumante compañía de operetas, concluyó por establecerse en Cerignola. Acababa de casarse y ansioso de radicarse en forma estable, aquella ciudad le pareció un refugio providencial, máxime cuando se le abrían las puertas de la Escuela Municipal de Música, en la que pronto llegó a asumir responsabilidades directivas (es errónea la versión de que Mascagni se desempeñaba allí como "director de la banda municipal"; su responsabilidad y jerarquía eran mayores, lo que no impedía que cuando llegaba el caso asumiera la función de director de la banda municipal lugareña). Allí le alcanzaron las noticias del concurso de óperas breves organizado por la Casa Editora Sonzogno. Pietro comenzó a peregrinar en busca de un libreto adecuado; pero todos los amigos a quienes recurría, incluido el poeta Luigi Illica (como Giacosa, futuro colaborador de los grandes éxitos de Puccini), fueron esquivando el compromiso, poco dispuestos a tomarse un trabajo de tal naturaleza, sin mayores esperanzas de remuneración. Al cabo, Mascagni dio con un paisano suyo, Giovanni Targioni-Tozzetti, quien aceptó el primer encargo a condición de hallar previamente una obra dramática adecuada, para limitar su tarea a la de adaptación al escenario lírico. Espectador ocasional de Cavalleria Rusticana, Mascagni creyó haber dado en el clavo; todo se limitaba ahora a obtener la autorización de Verga.
El "más siciliano de los sicilianos" ya había vivido, sin embargo, una desalentadora experiencia operística, y no estaba dispuesto a acceder por segunda vez. Un poeta de bastante reputación, Bartocci Fontana, había compaginado ya un libreto para un "bravo músico" (al decir de Verga, pero se trataba apenas del mediocre Stanislao Gastaldon, de cuyas trescientos y pico de canciones sólo ha sobrevivido una, Música Proibita). La ópera, titulada La Malapasqua, había sido un fiasco, y Verga no tenía deseos de reincidir. Empero, la apremiante insistencia del amigo de Mascagni que hacía de intermediario, el comediógrafo Giovanni Salvestri consiguió doblegar la voluntad del siciliano, que otorgó su incondicional autorización tratando de dejar claramente establecido que él no tendría nada que ver con esa nueva "Cavalleria" operática con estas palabras: "Pues bien, si a pesar de todo Mascagni insiste en tentar su suerte, que lo haga por su cuenta y riesgo".
El pequeño relato de Verga (que sigue siendo todavía un modelo de literatura "verista" por la extraordinaria potencia descriptiva de su condensado texto) contenía algunos pasajes tenidos como un tanto excesivos por Mascagni y sus colaboradores (ya que pesándole excesivamente su tarea a Targioni, hubo que recurrir a un tercer colaborador, su amigo Guido Menasci). Entre las varias correcciones introducidas por los adaptadores (cuya preocupación esencial fue atenuar en cierta medida el deliberado salvajismo de varias realísticas escenas, acentuadas por cierto en la versión teatral de Verga) deben contarse el traslado del duelo entre bambalinas, la supresión de las insultantes serenatas de Turiddu al pie de la ventana de Lola (reducidas apenas a la casi inocente copla que se oye en la voz del tenor durante el preludio) y sobre todo, la modificación del carácter de Santuzza, a quien en la ópera podemos calificar de "infortunada", mas que en la obra original se dejaba conquistar sin mayores apremios por la "borla de bersagliere" del apuesto Turiddu, pese a saberle todavía enamorado de su vecina Lola, y que en un arrebato de celosa ira no titubeaba en ir a denunciar a los amantes al marido de ella, cosa que hacía con la más odiosa deliberación.
La composición le llevó al músico unos cincuenta días. Libro y música fueron entregados al comité en el término previsto. Integraban el jurado, además de un crítico de cierto prestigio en Italia, el marqués Francesco d'Arcais, los maestros Amintore Galli, Giovanni Sgambati (excelente pianista admirado por Liszt, quien le brindara su amistad mientras residió en Roma), Filipo Marchetti y Pietro Platania. Una serie de eliminaciones dejó sobre el tapete, como las más firmes candidatas al premio, tres óperas que —según se dispuso— serían presentadas al veredicto decisivo del público: Cavalleria Rusticana, Labilia de Niccola Spinelli (que lograría al cabo el segundo premio) y Rudello de Vincenzo Ferroni (quien había estudiado con Massenet en el Conservatorio de París y realizaría una carrera estimable hasta 1934, fecha de su muerte). Citado por el jury, Mascagni debió presentarse en Santa Cecilia para asistir a una audición de su partitura. El maestro Marchetti, que en todo momento le reveló inequívoca buena disposición, advirtió un rollo de papel pautado que el joven compositor llevaba debajo del brazo al entrar. Leamos lo que dice el propio compositor rememorando el hecho: "Era el preludio con la Siciliana interna, que no había tenido el valor necesario para someter con el resto de la partitura, por parecerme demasiado arriesgado. La comisión era muy dueña de no aceptarlo, pero me concedió la gracia de tomarlo en cuenta. A medida que progresaba la audición, los rostros de los jurados iban tornándose cada vez más afectuosos. Marchetti me fue de gran ayuda: tocaba y cantaba por mí. Era el más benévolo y comunicativo de los jueces. A él debí sin duda la inclusión de Cavalleria Rusticana en el núcleo de las tres obras escogidas para la selección final".
Lo demás es historia bien conocida. Al día siguiente, el joven Mascagni hubo de oír de labios de Amintore Galli que el comité había considerado unánimemente su obra digna del primer premio. El estreno, preparado cariñosamente por el maestro Leopoldo Mugnone, tuvo lugar poco tiempo después, el 17 de mayo de 1890, en el Teatro Costanzi de Roma. Vale la pena consignar aquí que Mascagni, el enemigo declarado del contrapunto, demoraba el desenlace de su tragedia con la interpolación de una perturbadora fuga, con la que pretendía subrayar el efecto dramático de las palabras "Hanno ammazzato compare Turiddu!" ("¡Han matado al compadre Turiddu!). Según el testimonio insospechable de Toscanini, fue Mugnone quien en el curso de los ensayos, sugirió a Mascagni su supresión, para reemplazarla lisa y llanamente con ese grito de horror que mientras se represente esta ópera subsistirá como un golpe maestro de expresión dramática.
Tampoco estará de más que consignemos un gesto imprevisto del displicente Verga. Ante el éxito formidable de la nueva ópera, el cuentista dio máquina atrás en lo que concernía a su autorización "incondicional", iniciando pleito a los autores y a la casa editora para poder participar en los derechos. Tanto él como Mascagni en vano trataron de repetir con posterioridad el doble —y único— acierto de Cavalleria Rusticana. En el caso del músico, sobre todo, su impotencia para lograrlo encierra no poca injusticia por parte del público y la crítica que juzgaron sus creaciones ulteriores midiendo su acierto con el patrón unilateral de esa primera obra. Tanto Iris (1898) como Le Maschere (1901) —por no mencionar sino las dos indiscutiblemente más logradas— encierran mucha música de excelente calidad, tal vez mejor, inclusive, que la de Cavalleria Rusticana. Por desgracia, sus respectivos libretos estaban muy lejos del impresionante y certero dramatismo de la pequeña ópera de costumbres sicilianas, y ambas siguen esperando que la posteridad les haga la justicia que merecen.
Basado en un texto de Juan Manuel Puente
Resumen argumental
omienza el preludio con una serena frase de carácter religioso, situándonos en la atmósfera del Domingo de Pascua en que va a desencadenarse el drama. Tras de un efectista crescendo se oye —en marcado contraste— un nuevo tema destinado a desempeñar importante papel (el mismo que se oirá luego subrayando las palabras con que la protagonista pretenderá retener a su amante). En este punto, el desenvolvimiento sinfónico es interrumpido por la voz de Turiddu entonando una copla en la cual alaba los atractivos de la mujer que ama, Lola, quien es ahora la mujer del arrogante Alfio, el Carretero de la aldea. Sólo por demostrarle que nada le importaba su desvío, se empeñó el joven en seducir a Santuzza, atractiva vecina de aquélla, hija de un rico bodeguero de la región. Es la famosa Siciliana, a cuya interpolación sigue una nueva alusión a los ruegos de Santuzza (ahora el tema de una frase que se oirá en el diálogo antes de la anterior). El pasaje se diluye en un retorno al previo carácter religioso que hace las veces —como se ha dicho con acierto— del amén de una plegaria.
Al levantarse el telón, la escena descubre una plazoleta desierta en una típica aldea siciliana próxima a Francofonte. Hacia la derecha se eleva el pintoresco portal de una iglesia lugareña, llena de carácter; a la izquierda, la pequeña taberna de Mamma Lucia –la madre de Turiddu– extendiéndose al frente y hacia el fondo, sobre diversos planos; la clásica fisonomía de un poblado siciliano, africano y mediterráneo por partes iguales.
Las campanas repican alegremente la Pascua de Resurrección, oyéndose a lo lejos, a modo de respuesta, las voces de los aldeanos que vienen a misa. La plaza vuelve a quedar por un momento solitaria hasta que se suman a las anteriores las voces de las mujeres, haciéndose eco del balsámico aroma de los naranjos en la soleada mañana. Pronto, las de los hombres vuelven a unirse a ellas, para alabar a su vez la gracia y el donaire de las mujeres.
A despecho de la general alegría que revelan esos cánticos, hay en la aldea quien pugna por ocultar en su pecho la angustia de los celos y la ansiedad de la duda: es Santuzza, que atraviesa la escena en busca de Mamma Lucia. Quiere tener noticias de Turiddu, su inconstante enamorado. La mujer trata de soslayar una respuesta completa, intuyendo posibles complicaciones, pero apremiada por la muchacha, admite que su hijo marchó esa noche para Francofonte, a fin de renovar la existencia de vino de la taberna. Pero Santuzza sabe que eso no es posible, puesto que le vieron rondar por el pueblo hacia medianoche. "¿Qué dices? ¡Si no ha regresado a casa!", pregunta con sorpresa Mamma Lucia, y la invita a ingresar en su vivienda, cosa que la infeliz no puede hacer, ya que conforme a las severas leyes morales de la comarca, está momentáneamente "excomulgada" a cuenta de sus amores prohibidos con Turiddu, a quien se entregó.
La llegada de Alfio, cuya proximidad anticipan además de su voz los chasquidos de su látigo y el tintinear de los cascabeles del cabezal de su caballo, interrumpe el amargo diálogo con una nota de grata animación. Los jubilosos aldeanos, convocados instantáneamente por su presencia, suman sus voces a las del carretero.
Viendo a Mamma Lucia, Alfio se interesa por aquel vino añejo que la madre de Turiddu suele guardar en la trastienda. "Turiddu fue a buscar más", es la respuesta que sorprende no poco a Alfio, quien está seguro de haberle visto bien de mañana en las inmediaciones de la casa. Antes que Mamma Lucia pueda continuar el peligroso diálogo, Santuzza le impone silencio con un oportuno "¡Calle!". El cántico que llega de la iglesia recuerda al compadre Alfio su propósito inicial, y se apresta a seguir su camino para poder regresar a la capilla a tiempo para asistir al oficio. Se elevan entonces las voces en un himno de alabanza a la Santísima Virgen, el Regina Coelis que, arrodillándose, acompañan también Santuzza y los hombres y mujeres atraídos a la plaza por el arribo del Carretero.
Tratando de explicarle la razón por la cual la hiciera callar, Santuzza le recuerda en seguida a Mamma Lucia toda la historia de sus infelices amores con Turiddu, el noviazgo anterior de éste con Lola, su ulterior despecho; cómo le amó ella, sincera, profunda y desinteresadamente; cómo Lola, envidiosa de su dicha, trató de arrebatarle de nuevo a su amante, y cómo a la pobre Santuzza, deshonrada y abandonada, sólo le resta llorar. Es la famosa romanza que constituye el punto culminante de esta dramática ópera. Más sorprendida que irritada, Mamma Lucia la deja para dirigirse a la iglesia, donde rezará para que la Virgen María condescienda a ayudar a la infeliz muchacha.
También Turiddu pasa ahora por la plazuela, camino de la iglesia. La presencia de Santuzza le sorprende y disgusta a la vez, y trata de eludir la explicación que ella se empeña en provocar. Cuando el mozo admite que estuvo en Francofonte, ella le tilda de embustero. Hasta Alfio sabe el lugar en el cual estuvo. Él pretende negar primero, hasta que al cabo la previene amenazante que no ha de esclavizarlo con inútiles celos.
Llega desde lejos la voz de Lola entonando con satisfecha coquetería una canción —asaz banal— que alude a la flor del gladiolo. Apenas ha puesto su planta en la plaza, adivina lo que está ocurriendo entre los dos amantes, mas lejos de reportarse, lleva su petulancia hasta arrojar una rosa a los pies de Turiddu antes de penetrar en la iglesia, adonde éste pretende seguirla una vez recogida la flor. Pero Santuzza no va a darse así nomás por vencida, y el duelo verbal se reanuda con renovado apasionamiento. En vano ella se torna suplicante. Mas no hallará palabras suficientemente convincentes para detener al infiel. "Márchate, si te atreves!", concluye por incitarlo, desafiante. "Tus enojos no me preocupan", responde Turiddu arrojándola violentamente a tierra al librarse de su insistente abrazo. Y corre hacia el templo acompañado por la maldición de la infeliz: "Mala pascua para ti, ¡perjuro!".
En ese momento retorna, oportuno, el compadre Alfio. Para la desventurada muchacha es el mismo Dios quien lo envía. Y en un arranque de crudísimo despecho le revela al Carretero toda la magnitud de su común deshonra. Cuando en seguida se arrepienta, será demasiado tarde: Alfio está asegurándole que ha de vengarse antes que el sol de este domingo llegue al ocaso. Y ambos se marchan con sus respectivos pensamientos dejando desierta la plazoleta.
Surge entonces de la orquesta una suave cantilena, la misma que antes oyéramos entonar al coro en su cántico religioso. Es el comienzo del famoso Intermezzo. La serenidad del pasaje contrasta sugestivamente con las tempestuosas escenas que lo precedieron, aunque su calma aparente no esté del todo exenta de ominosos presentimientos. Las campanas, lanzando al aire sus sones, vuelven a convocar en la plaza la multitud aldeana que sale de misa. La alegría propia de la Pascua venturosa parece general, y Turiddu convida a beber a sus amigos un vaso del vinillo que su madre almacena en sus "pellejos". Llenos los vasos, entona el mozo el alegre brindis que dedica por lo bajo a Lola, allí presente, y todos los demás corean.
Alfio es también recibido alegremente por el animado concurso, a quien Turiddu convida cortésmente. Mas la invitación no cesa con los móviles que han traído al Carretero de retorno a la plazuela. Planea sobre los presentes la sensación de que se avecina una gran tragedia, y las demás mujeres arrastran de allí a Lola; ambos rivales quedan solos en la plaza y se abrazan según la costumbre siciliana. Turiddu le aplica entonces a Alfio el tradicional mordisco en la oreja derecha, que confirma el alcance mortal del desafío. "Compadre Turiddu; habéis mordido fuerte y bien; ¡me parece que vamos a entendernos!".
Sin embargo, Turiddu, que tiene muy tristes presentimientos, trata de excusarse admitiendo su culpabilidad porque, según dice, lo preocupa la futura suerte de Santuzza. Mas la fría serenidad de su adversario lo hace reaccionar al punto: "Por eso sabré —concluye— clavar en tu corazón la hoja de mi cuchillo". Alfio lo esperará en las inmediaciones en el huerto donde ha de cumplirse el singular combate.
Turiddu aprovecha esos últimos momentos para despedirse de su madre: "Madre; ese vino es generoso, y hoy he bebido con exceso. Voy un momento al campo. Pero antes quiero que me bendigas, como aquel día en que partí soldado. Y luego, Mamma, escúchame: si no volviese, debes hacer de madre a Santuzza, a quien yo había jurado llevar al altar..." Luego de besar apasionadamente a su sorprendida madre, se aleja sin darle tiempo a reaccionar. El arribo de una trastornada Santuzza, aumenta la angustia de Mamma Lucia, cuya alarma acentúa todavía la que revelan los atemorizados vecinos que comienzan a afluir a la plaza.
Se oyen ecos de voces distintas y confusas; luego, el grito estridente de una mujer: "Hanno ammazzato compare Turiddu!". La gente parece petrificada de terror, mientras Santuzza y Lucia se desploman sin sentido, y cae el telón sobre la última escena de esta sangrienta exaltación de la rústica caballerosidad siciliana.
Texto en español e italiano.
Personajes
SANTUZZA Novia de Turiddu Soprano
TURIDDU Joven Soldado Tenor
ALFIO Carretero Barítono
LOLA Mujer de Alfio Mezzosoprano
MAMMA LUCIA Madre de Turiddu Contralto
La acción se desarrolla en un pueblo de Sicilia durante el día de Pascua, a finales del siglo XIX.
PRELUDIO
TURIDDU
(fuera de escena)
¡Oh Lola, cuya camisa es blanca
como la leche, eres blanca
y encarnada cual cereza,
cuando te asomas eres toda sonrisas;
bendito sea
el que te dio el primer beso.
Tu puerta de sangre
está rociada y no me importaría
matarme ante tu umbral;
y si al morir yo fuera al Paraíso
no entraría si no te encontrara allí
LA PLAZA PÚBLICA
Al fondo, a la derecha, hay una iglesia;
a la izquierda está la taberna y la casa de Mamma Lucia.
Es la mañana de Pascua.
Las campanas de la iglesia están sonando.
Se levanta el telón.
En un principio, el escenario está vacío; después,
algunos aldeanos y campesinos empiezan a entrar en la plaza.
MUJERES
Los naranjos perfuman
los verdes márgenes,
cantan las alondras
entre los mirtos floridos;
es el tiempo de cantar
cada uno las tiernas canciones
que hacen que el corazón
palpite con fuerza.
HOMBRES
En medio de los campos
de espigas doradas
se oye el murmullo
de vuestra lanzadera;
nosotros, cansados,
reposando del trabajo,
pensamos en vosotras,
oh bellas de ojos de sol.
Oh bellas de ojos de sol,
a vosotras corremos,
como vuela el pájaro
a su reclamo.
MUJERES
Cese el trabajo campestre;
la serena Virgen
es reconfortada por el Salvador;
es el tiempo de cantar
cada uno las tiernas
canciones que hacen
que el corazón palpite con fuerza.
HOMBRES
En medio de los campos, etc.
MUJERES
Los naranjos perfuman, etc.
(Algunas entran en la iglesia, otros
abandonan la plaza. Mamma Lucia
sale de la taberna.)
SANTUZZA
(entrando)
Dígame, Mamma Lucia...
MAMMA LUCIA
¿Eres tú? ¿Qué quieres?
SANTUZZA
¿Dónde está Turiddu?
MAMMA LUCIA
¿Hasta aquí vienes
buscando a mi hijo?
SANTUZZA
Quiero saber solamente,
perdóneme usted,
dónde lo puedo encontrar.
MAMMA LUCIA
No lo sé, no lo sé,
¡no quiero problemas!
SANTUZZA
Mamma Lucia,
se lo suplico llorando,
haga como Cristo hizo
con la Magdalena,
dígame por el amor de Dios,
¿dónde está Turiddu?
MAMMA LUCIA
Ha ido a Francofonte
a comprar vino.
SANTUZZA
¡No!
Ha sido visto en el pueblo
entrada la noche.
MAMMA LUCIA
¿Qué dices? ¿Qué dices?
¡Si él no ha vuelto a casa!
(Dirigiéndose hacia la puerta.)
¡Entra!
SANTUZZA
(desesperada)
No puedo entrar en su casa,
¡estoy excomulgada!
MAMMA LUCIA
¿Qué es lo que sabes de mi hijo?
(Se oye a lo lejos el restallar de un
látigo y tintineo de cascabeles;
Alfio y algunos hombres del pueblo
entran en la plaza.)
SANTUZZA
¡Qué espina tengo en el corazón!
ALFIO
El caballo trota,
tintinean los cascabeles,
¡el látigo restalla! ¡Eh vosotros!
Que sople el viento helado,
que caiga agua o nieve,
¿a mí que me importa?
HOMBRES
¡Oh qué gran oficio
hacer de carretero,
andar de aquí para allá!
¡Oh qué gran oficio, etc.
ALFIO
¡El látigo restalla!
Me espera en casa Lola,
que me ama y me consuela,
y que es toda fidelidad.
MUJERES
(desde lejos)
Ah...
ALFIO
El caballo trota,
tintinean los cascabeles,
es Pascua, ¡y yo estoy aquí!
ALDEANOS
Oh qué gran oficio, etc.
ALFIO
¡Eh vosotros! ¡Eh vosotros!
¡El látigo restalla!
¡Estoy aquí!
¡Oh qué gran oficio, etc.
¡Es Pascua y yo estoy aquí!
(Los aldeanos se van: algunos entran
en la iglesia, otros toman distintas
direcciones)
MAMMA LUCIA
¡En verdad eres feliz,
compadre Alfio,
de estar siempre tan contento!
ALFIO
Mamma Lucia,
¿tiene todavía
algo de vino viejo?
MAMMA LUCIA
No lo se,
Turiddu ha ido a por más.
ALFIO
¡Pero si está aquí!
Lo he visto esta mañana
cerca de mi casa.
MAMMA LUCIA
¿Cómo?
SANTUZZA
(a Mamma Lucia)
¡Calle!
ALFIO
Yo me voy,
id vosotras a la iglesia.
(Alfio sale)
CORO
(dentro de la iglesia)
Regina coeli, laetare... ¡Aleluya
Quia, quem meruisti portare!
... ¡Aleluya!
Resurrexit sicut dixit... ¡Aleluya
HOMBRES, MUJERES
(en la plaza)
Cantemos himnos,
¡el Señor no ha muerto!
Radiante de gloria abrió la tumba,
cantemos himnos
al Señor resucitado,
ascendido este día
a la gloria del cielo.
SANTUZZA
Cantemos himnos,
¡el Señor no ha muerto!
Cantemos himnos
al Señor resucitado,
ascendido este día
a la gloria del cielo.
MAMMA LUCIA,
A la gloria del cielo.
TODOS
Cantemos himnos,
¡el Señor no ha muerto!, etc.
CORO
(dentro de la iglesia)
¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!
(Todos entran en la iglesia menos
Santuzza y Mamma Lucia.)
MAMMA LUCIA
¿Por qué me has indicado
que callase?
SANTUZZA
Usted lo sabe, oh Mamma,
que antes de ser soldado
Turiddu había jurado a Lola
eterna fidelidad.
Volvió y ella
se había casado con otro;
con un nuevo amor él trató
de apagar la llama
que ardía en su corazón;
¡Me amó... le amé!
¡Le amé, ay! ¡Le amé!
Ella, envidiosa de mi suerte,
se olvidó de su esposo,
y, ardiendo de celos,
me lo ha robado.
Privada de mi honor,
de mi honor me quedó,
Lola y Turiddu se aman,
y yo lloro, ¡lloro!
MAMMA LUCIA
¡Pobres de nosotros!
¿Qué vienes a contarme
en este santo día?
SANTUZZA
Estoy condenada, estoy condenada.
Vaya,
oh Mamma, a implorar
a Dios y ruegue por mí.
Turiddu vendrá,
¡una vez más
le suplicaré!
MAMMA LUCIA
Ayúdala tú, ¡Santa María!
(Entra en la iglesia)
TURIDDU
(entrando en la iglesia)
¿Tú aquí, Santuzza?
SANTUZZA
Te estaba esperando.
TURIDDU
Es Pascua. ¿No vas a la iglesia?
SANTUZZA
No, no voy.
Debo hablarte.
TURIDDU
Estaba buscando a mi madre.
SANTUZZA
Pero yo debo hablarte.
TURIDDU
¡Aquí no! ¡Aquí no!
SANTUZZA
¿Dónde has estado?
TURIDDU
¿Qué quieres decir?
En Francofonte.
SANTUZZA
No, ¡no es verdad!
TURIDDU
Santuzza, debes creerme.
SANTUZZA
¡No, no me mientas!
Te vi volver del sendero de abajo.
Y esta mañana al amanecer se te ha
visto cerca de la puerta de Lola.
TURIDDU
¡Ah! ¡Me has espiado!
SANTUZZA
No, te lo juro,
nos lo ha dicho
compadre Alfio,
el marido, hace un rato.
TURIDDU
Así es como pagas mi amor;
¿quieres que me mate?
SANTUZZA
Oh, por favor, no digas eso.
TURIDDU
Apártate, entonces, apártate.
En vano intentas aplacar
con tu piedad mi indignación.
SANTUZZA
¡Así que la amas!
TURIDDU
¡No!
SANTUZZA
Lola es mucho más hermosa que yo.
TURIDDU
Calla, no la amo.
SANTUZZA
La amas, la amas,
ah, ¡te maldigo!
TURIDDU
¡Santuzza!
SANTUZZA
Esa mala mujer
te ha apartado de mí.
TURIDDU
Te lo advierto, Santuzza,
no aguantaré
más tus ridículos celos.
SANTUZZA
Pégame, insúltame,
yo aún te quiero y te perdono,
pero mi angustia
es demasiado fuerte.
TURIDDU
Te lo advierto, Santuzza, etc.
SANTUZZA
Pégame, insúltame, etc.
(Cesan bruscamente de hablar
oyendo acercarse a Lola)
LOLA
Flor de gladiolo:
hay miles de ángeles bellos
en el cielo,
pero como tú no hay ni uno sólo.
Flor de gladiolo, etc.
¡Ah! ¡Ah!
(entrando)
¡Oh! Turiddu,
¿ha pasado por aquí Alfio?
TURIDDU
No lo sé, acabo de llegar.
LOLA
Quizá esté en casa del herrero,
¡pero no puede tardar!
¿Y vosotros oís misa en la calle?
TURIDDU
(confundido)
Santuzza me estaba diciendo...
SANTUZZA
Le decía que hoy es Pascua
y que el Señor lo ve todo.
LOLA
¿No venís a misa?
SANTUZZA
No, yo no. Sólo los que
no han pecado deben ir.
LOLA
Doy gracias a Dios
y ¡me inclino ante él!
SANTUZZA
¡Oh! Bien dicho, bien dicho, Lola.
TURIDDU
(a Lola)
Vamos, vamos.
No hay nada que nos retenga aquí.
LOLA
(a Turiddu)
¡Oh!, quédate.
SANTUZZA
(a Turiddu)
Sí quédate, quédate.
Tengo que hablarte todavía.
LOLA
Quedad con Dios,
yo debo irme.
(Entra en la iglesia)
TURIDDU
¡Ah! ¿Has visto lo que has hecho?
SANTUZZA
Tú lo has querido
y bien te lo mereces.
TURIDDU
¡Ah! ¡Por Dios!
SANTUZZA
Párteme el pecho.
TURIDDU
¡No!
SANTUZZA
¡Turiddu, escúchame!
TURIDDU
¡Vete!
SANTUZZA
¡Turiddu, escúchame!
TURIDDU
¡Vete!
SANTUZZA
¡Turiddu, escúchame!
No, no, Turiddu,
quédate, quédate aún,
¿abandonarme es lo que quieres?
TURIDDU
¿Por qué me sigues,
por qué me espías
incluso a la entrada de la iglesia?
SANTUZZA
No, no, Turiddu, quédate, etc.
Tu Santuzza llora y te implora,
¿cómo puedes echar así
a tu Santuzza?
No, Turiddu, quédate, etc.
Tu Santuzza, etc.
TURIDDU
Vete, te repito,
no me molestes;
es vano lamentarse tras la ofensa.
¡Vete! Vete, te repito, etc.
SANTUZZA
¡Ten cuidado!
TURIDDU
¡Tus amenazas no me asustan!
(La tira al suelo y se dirige a la
iglesia.)
SANTUZZA
¡Te deseo una mala Pascua, perjuro!
(Aparece Alfio.)
¡Oh!
el cielo os manda, compadre Alfio.
ALFIO
¿En qué punto esta la misa?
SANTUZZA
Está casi terminada,
pero debéis saber
que Lola ha ido con Turiddu.
ALFIO
¿Qué estás diciendo?
SANTUZZA
Que mientras vais
bajo la lluvia y el viento
para ganaros el pan,
¡Lola os adorna el techo
de mala manera!
ALFIO
¡Ah! En el nombre de Dios,
Santa, ¿qué dices?
SANTUZZA
La verdad.
Turiddu me quitó, me quitó el honor,
¡y ahora vuestra mujer
me priva de él!
¡Turiddu me quitó,
me quitó el honor!
ALFIO
Si estás mintiendo,
te arrancaré el corazón.
SANTUZZA
¡No es mi costumbre mentir!
Os juro por mi vergüenza y dolor
que os he dicho la triste realidad.
¡Ay!
Por mi vergüenza y dolor.
Turiddu me quitó, etc.
ALFIO
Entonces, comadre Santa,
te estoy agradecido.
SANTUZZA
¡Ha sido una infamia hablaros así!
ALFIO
Ellos son los infames,
no les perdono,
¡venganza tendré antes de que
se ponga el día!
No les perdono, etc.
SANTUZZA
¡Ha sido una infamia hablaros así!
ALFIO
Quiero sangre,
me abandono a la ira;
todo mi amor se ha vuelto odio.
SANTUZZA
¡Ha sido una infamia hablaros así!
ALFIO
Ellos son los infames,
no les perdono.
Venganza tendré, etc.
SANTUZZA
Ha sido una infamia, etc.
(Él sale, dejando a Santuzza
desolada.)
HOMBRES
A casa, a casa,
amigos, donde nos esperan
nuestras mujeres, ¡vamos!
Ahora que la alegría serena
nuestro corazón,
corramos sin pérdida de tiempo.
MUJERES
A casa, a casa, amigas,
donde nos esperan
nuestros maridos, ¡vamos!
Ahora que la alegría serena
nuestro corazón,
corramos sin pérdida de tiempo.
TODOS
A casa, a casa, etc.
(Lola y Turiddu salen de la iglesia.)
TURIDDU
Comadre Lola, ¿os marcháis
sin al menos saludarme?
LOLA
Me voy a casa;
¡aún no he visto al compadre Alfio!
TURIDDU
No te preocupes,
él estará en la plaza.
(volviéndose a la multitud)
Mientras tanto, amigos, venid,
bebamos un vaso.
(La gente coge copas de las mesas
del exterior de la taberna.)
Viva el vino espumeante,
resplandeciente en el vaso,
como la sonrisa de los enamorados;
¡duplicemente infunde alegría!
Viva el vino que es sincero,
que conforta nuestros pensamientos,
y ahoga la oscura melancolía
embriagándonos dulcemente.
ALDEANOS
¡Viva!
TURIDDU
(a Lola)
¡Por nuestros amores!
(Él bebe.)
ALDEANOS
¡Viva!
LOLA
(a Turiddu)
¡Por nuestra buena fortuna!
ALDEANOS
¡Viva!
TURIDDU
¡Bebamos!
ALDEANOS
¡Viva! ¡Bebamos!
¡Adelante con la alegría!
TODOS
¡Bebamos, bebamos!
¡Adelante con la alegría!
Viva el vino espumeante, etc.
¡Viva el vino! ¡Viva el vino!
¡Bebamos, bebamos!
(Alfio entra en la plaza.)
ALFIO
¡Saludos a todos!
ALDEANOS
Compadre Alfio, ¡sed bienvenido!
TURIDDU
¡Bienvenido!
Tienes que beber con nosotros.
(Llena un vaso.)
Aquí tienes un vaso.
ALFIO
Gracias,
pero vuestro vino yo no lo acepto:
¡podría convertirse en veneno
dentro de mi pecho!
TURIDDU
(tirando el vino)
Como quieras.
LOLA
¡Ay de mí!, ¿qué va a pasar ahora?
(Las mujeres hablan entre sí un
momento; después se aproximan a
Lola.)
MUJERES
Ven Lola, vámonos.
(Lola y las mujeres se van.)
TURIDDU
¿Tienes algo más que decirme?
ALFIO
¿Yo?, nada.
TURIDDU
Entonces, estoy a tu servicio.
ALFIO
¿Ahora?
TURIDDU
¡Ahora!
(Se abrazan.. Turiddu muerde la
oreja derecha de Alfio para
demostrar que acepta el desafío.)
ALFIO
Compadre Turiddu,
tu desafío ha sido aceptado;
creo que nos entendemos muy bien,
según parece.
TURIDDU
Compadre Alfio,
sé que yo soy el culpable,
y juro en el nombre de Dios,
que me dejaría matar
como un perro.
Pero si yo muero...
¡quedará abandonada
la pobre Santa!
Ella que se entregó a mi,
¡pobre Santa!
(impetuoso)
¡Sabré clavarte en el corazón
mi cuchillo!
ALFIO
Compadre,
haz como mejor te plazca.
Yo te espero fuera,
detrás del huerto.
(Alfio se marcha.)
TURIDDU
¡Madre, Madre!
(Mamma Lucia aparece.)
Este vino es generoso
y creo que he bebido demasiado.
Voy a salir a tomar algo de aire.
Pero primero bendíceme,
como hiciste aquel día
que partí como soldado.
Y después, madre, escúchame:
si yo no volviese,
tú tendrás que hacer de madre
a Santa,
porque yo le juré
llevarla al altar.
Tú tendrás que hacer de madre
a Santa,
si yo no volviese.
MAMMA LUCIA
¿Por qué hablas así, hijo mío?
TURIDDU
No lo sé.
¡Debe ser el vino
el que me lo ha sugerido!
¡Ruega a Dios por mí!
¡Un beso, un beso, madre!
Otro beso, ¡adiós!
Si yo no volviese, haz de madre
a Santa.
Un beso, madre, ¡adiós!
(Sale desesperado.)
MAMMA LUCIA
¿Turiddu? ¿Qué quieres decir?
¡Turiddu! ¡Ah!
(Entra Santuzza.)
¡Santuzza!
SANTUZZA
(abrazándola)
¡Oh!, ¡madre mía!
(La plaza se llena de gente; se nota
inquietud en la cara de todos ellos;
un murmullo confuso se oye a lo
lejos, y en ese momento se escucha
gritar a una mujer.)
MUJER
(desde fuera)
¡Han matado
al compadre Turiddu!
(Entra corriendo.)
¡Han matado
al compadre Turiddu!
(Santuzza se desmaya; Mamma
Lucia se desvanece y es ayudada por
algunas de las mujeres. Todos en la
plaza se quedan paralizados por el
terror.)
PRELUDIO
TURIDDU
O Lola c'hai di latti la cammisa
si bianca e russa comu la cirasa,
quannu t'affacci faci la vucca a risa,
biatu cui ti dà lu primmu vasu!
Ntra la puorta
tua lu sangu è sparsu,
ma num me mpuorta
si ce muoru accisu,
e si ce muoru e vaju'n paradisu
si nun ce truovo a ttia,
mancu ce trasu.
DONNE
Gli aranci olezzano
sui verdi margini,
cantan le allodole
trai mirti in fior;
tempo è si mormori
da ognuno il tenero
canto che i palpiti
raddoppia al cor.
UOMINI
In mezzo al campo
trale spiche d'oro
giungeil rumore
delle vostre spole,
noi stanchi
riposando dal lavoro
o voi pensiamo,
o belle, occhi-di-sole.
O belle, occhi-di-sole,
a voi corriamo,
come vola l'augello
al suo richiamo.
DONNE
Cessin le rustiche opre;
la Vergine serena
allietasi del Salvator;
tempo è si mormori
da ognuno il tenero
canto che i palpiti
raddoppia al cor.
UOMINI
In mezzo al campo, ecc.
DONNE
Gli aranci olezzano, ecc.
SANTUZZA
Dite, Mamma Lucia -
MAMMA LUCIA
Sei tu? Che vuoi!
SANTUZZA
Turiddu ov'e?
MAMMA LUCIA
Fin qui vieni
a cercare il figlio mio?
SANTUZZA
Voglio saper soltanto,
perdonatemi voi,
dove trovarlo.
MAMMA LUCIA
Non lo so, non lo so,
non voglio brighe!
SANTUZZA
Mamma Lucia,
vi supplico piangendo,
fate come il Signore
a Maddalena,
ditemi per pietà,
dov'e Turiddu.
MAMMA LUCIA
È andato per il vino
a Francofonte.
SANTUZZA
No!
L'han visto in paese
ad alta notte.
MAMMA LUCIA
Che dici? Che dici?
Se non è tornato a casa!
Entra!
SANTUZZA
Non posso entrare in casa vostra,
sono scomunicata!
MAMMA LUCIA
E che en sai del mio figliuolo?
SANTUZZA
Quale spina ho in core!
ALFIO
Il cavallo scapita,
i sonagli squillano,
schiocchi la frusta! Ehi là!
Soffi il vento gelido,
cada l'acqua o nevichi,
a me che cosa fa?
UOMINI
O che bel mestiere
fare il carrettiere
andar di quà e di là!
O che bel mestiere, ecc.
ALFIO
Schiocchi la frusta!
M'aspetta a casa Lola
che m'ama e mi consola,
ch'è tutta fedeltà.
DONNE
Ah...
ALFIO
Il cavallo scalpita,
i sonagli squillano,
è Pasqua, ed io son quà!
PAESANI
O che bel mestiere, ecc.
ALFIO
Ehi là, ehi là!
Schiocchi la frusta!
Son quà!
O che bel mestiere, ecc.
È Pasqua, ed io son quà!
MAMMA LUCIA
Beato voi,
compar Alfio,
che siete sempre allegro cosi!
ALFIO
Mamma Lucia,
n'avete ancora
di quel vecchio vino?
MAMMA LUCIA
Non so,
Turiddu è andato a provvederne.
ALFIO
Se è sempre qui!
L'ho visto stamattina
vicino a casa mia.
MAMMA LUCIA
Come?
SANTUZZA
Tecete!
ALFIO
Io me ne vado,
itevoi altre in chiesa.
CORO
Regina Coeli, laetare... ¡Alleluja
Quia, quem meruisti portare!
... ¡Alleluja
Resurrexit sicut dixit... ¡Alleluja
UOMINI, DONNE
Inneggiamo,
il Signor non è morto!
Ei fulgente ha dischiuso l'avel,
inneggiamo
al Signore risorto
oggi asceso
alla gloria del ciel!
SANTUZZA
Inneggiamo,
il Signor non è morto!
Inneggiamo
al Signore risorto
oggi asceso
alla gloria del ciel!
MAMMA LUCIA
Alla gloria del ciel.
TUTTI
Inneggiamo,
il Signor non è morto! Ecc
CORO
Alleluja! Alleluja! Alleluja!
MAMMA LUCIA
Perchè m'hai fatto segno
di tacere?
SANTUZZA
Voi lo sapete, o Mamma,
prima s'andar soldato
Turiddu aveva a Lola
eterna fè giurato.
Tornò,
la seppe sposa;
e con un nuovo amore
volle spegner la fiamma
che gli bruciava il core;
M'amò... l'amai!
L'amai, ah! l'amai!
Quell'invida d'ogni delizia mia,
del suo sposo dimentica,
arse di gelosia,
Me l'ha rapito.
Priva dell'onor mio,
dell'onor mio rimango.
Lola e Turiddu s'amano,
io piango, io piango!
MAMMA LUCIA
Miseri noi,
che cosa vieni a dirmi
in questo santo giorno?
SANTUZZA
Io son dannata. Io son dannata.
Andate,
o Mamma, ad implorare Iddio,
e pregate per me.
Verrà Turiddu,
vo' supplicarlo
un'altra volta ancora!
MAMMA LUCIA
Ajutatela voi, Santa Maria!
TURIDDU
Tu qui, Santuzza?
SANTUZZA
Qui t'aspettavo.
TURIDDU
È Pasqua; in chiesa non vai?
SANTUZZA
Non vo.
Debbo parlarti.
TURIDDU
Mamma cercavo.
SANTUZZA
Debbo parlarti.
TURIDDU
Qui no! Qui no!
SANTUZZA
Dove sei stato?
TURIDDU
Che vuoi tu dire?
A Francofonte.
SANTUZZA
No, non è ver!
TURIDDU
Santuzza, credimi!
SANTUZZA
No, non mentire!
Tu vidi volglere giù dal sentier.
E stamattina all'alba t'hanno scorto
presso l'uscio di Lola.
TURIDDU
Ah! mi hai spiato!
SANTUZZA
No! te lo giuro.
A noi l'ha raccontato
compar Alfio
il marito poco fa.
TURIDDU
Così ricambi l'amor che ti porto?
Vuoi che m'uccida?
SANTUZZA
Oh! questo no lo dire!
TURIDDU
Lasciami dunque, lasciami.
Invan tenti sopire
il giusto sdegno colla tua pietà.
SANTUZZA
Tu l'ami dunque?
TURIDDU
No!
SANTUZZA
Assai più bella è Lola.
TURIDDU
Taci, non l'amo.
SANTUZZA
L'ami, l'ami,
ah, maledetto!
TURIDDU
Santuzza!
SANTUZZA
Quella cattiva femmina
ti tolse a me!
TURIDDU
Bada, Santuzza,
schiavo non sono
di questa vana tua gelosia.
SANTUZZA
Battimi, insultami,
t'amo e perdono
ma è troppo forte
l'angoscia mia.
TURIDDU
Bada, Santuzza, ecc.
SANTUZZA
Battimi, insultami, ecc.
LOLA
Fior di giaggiolo:
gli angeli belli stanno a mille
in cielo,
ma belli come lui ce n'è uno solo.
Fior di giaggiolo, ecc.
Ah! Ah!
Oh! Turiddu,
è passato Alfio?
TURIDDU
Son giunto ora in piazza. Non so.
LOLA
Forse è rimasto dal maniscalco,
ma non può tardare!
E voi sentite le funzioni in piazza?
TURIDDU
Santuzza mi narrava...
SANTUZZA
Gli dicevo che oggi è Pasqua
e il Signor vede ogni cosa.
LOLA
Non venite alla messa?
SANTUZZA
Io no; ci deve andar
chi sa di non aver peccato!
LOLA
Io ringrazio il Signore,
e bacio in terra!
SANTUZZA
Oh! fate bene, fate bene, Lola!
TURIDDU
Andiamo, andiamo.
Qui non abbiam che fare.
LOLA
Oh! rimanete.
SANTUZZA
Si, resta, resta.
Ho da parlarti ancora.
LOLA
E v'assista il Signore;
io me ne vado.
TURIDDU
Ah! lo vedi, che hai tu detto?
SANTUZZA
L'hai voluto,
e ben ti sta!
TURIDDU
Ah! per Dio!
SANTUZZA
Squarciami il petto.
TURIDDU
No!
SANTUZZA
Turiddu, ascolta!
TURIDDU
Va!
SANTUZZA
Turiddu, ascolta!
TURIDDU
Va!
SANTUZZA
Turiddu, ascolta!
No, no, Turiddu,
rimani, rimani ancora,
abbandonarmi dunque tu vuoi?
TURIDDU
Perchè seguirmi,
perchè spiarmi
sul limitare fin della chiesa?
SANTUZZA
No, no, Turiddu, rimani, ecc.
La tua Santuzza piange e t'implora
come cacciarla cosi tu puoi,
la tua Santuzza?
No, Turiddu, rimani, ecc.
La tua Santuzza, ecc.
TURIDDU
Va, ti ripeto, va non tediarmi...
pentirsi è vano dopo l'offesa.
Non tediarmi.
Va! Va, ti ripeto, ecc.
SANTUZZA
Bada!
TURIDDU
Dell'ira tua non mi curo!
SANTUZZA
A te la mala Pasqua, spergiuro!
Oh!
Il Signore vi manda, compar Alfio.
ALFIO
A che punto è la messa?
SANTUZZA
È tardi ormai,
ma per voi
Lola è andata con Turiddu!
ALFIO
Che avete detto?
SANTUZZA
Che mentre correte
all'acqua e al vento
a guadagnarvi il pane,
Lola v'adorna il tetto
in malo in malo modo!
ALFIO
Ah! nel nome di Dio,
Santa, che dite?
SANTUZZA
Il ver.
Turiddu mi tolse, mi tolse l'onore,
e vostra moglie
lui rapiva a me!
Turiddu mi tolse,
mi tolse l'onore!
ALFIO
Se voi mentite,
vo' schiantarvi il core.
SANTUZZA
Uso a mentire il labbro mio non è!
Per la vergogna mia, pel mio dolore
la trista verità vi dissi,
ahimè!
Per la vergogna mia, pel mio dolore.
Turiddu mi tolse, ecc.
ALFIO
Comare Santa,
allor grato vi sono.
SANTUZZA
Infame io son che vi parlai cosi!
ALFIO
Infami loro,
ad essi non perdono,
vendetta avrò pria
che tramonti il di!
Ad essi non perdono, ecc.
SANTUZZA
Infame io son che vi parlai cosi!
ALFIO
Io sangue voglio,
all'ira m'abbandono,
in odio tutto l'amor mio fini.
SANTUZZA
Infame io son che vi parlai cosi!
ALFIO
Infami loro,
ad essi non perdono,
vendetta avrò, ecc.
SANTUZZA
Infame io son! ecc.
UOMINI
A casa, a casa,
amici, ove ci aspettano
le nostre donne, andiam!
Or che letizia rasserena
glianimi
senza indugio corriam.
DONNE
A casa, a casa, amiche,
oveci aspettano
inostri sposi, andiam!
Or che letizia rasserena
gli animi
senza indugio corriam!
TUTTI
A casa, a casa, ecc.
TURIDDU
Comare Lola, ve ne andate via
senza nemmeno salutare?
LOLA
Vado a casa;
non ho visto compar Alfio!
TURIDDU
Non ci pensate,
verrà in piazza.
Intanto amici, qua,
beviamone un bicchiere.
Viva il vino spumeggiante,
nel bicchiere scintillante
como il riso dell'amante;
mite infonde il giubilo!
Viva il vino ch'e sincero,
che ci allieta ogni pensiero,
e che affoga l'umor nero
nell'ebbrezza tenera.
PAESANI
Viva!
TURIDDU
Ai vostri amori!
PAESANI
Viva!
LOLA
Alla fortuna vostra!
PAESANI
Viva!
TURIDDU
Beviam!
PAESANI
Viva! Beviam!
Rinnovisi la giostra!
TUTTI
Beviam, beviam!
Rinnovisi la giostra!
Viva il vino spumeggiante, ecc.
Viva il vin, viva il vin!
Beviam, beviam!
ALFIO
A voi tutti salute!
PAESANI
Compar Alfio, salute!
TURIDDU
Benvenuto!
Con noi dovete bere.
Ecco, pieno è il bicchiere.
ALFIO
Grazie,
Ma il vostro vino io non l'accetto:
diverrebbe veleno
entro il mio petto!
TURIDDU
A piacer vostro.
LOLA
Ahimè, che mai sarà?
DONNE
Comare Lola, adiamo via di quà.
TURIDDU
Avete altro a dirmi?
ALFIO
Io? Nulla.
TURIDDU
Allora sono agli ordini vostri.
ALFIO
Or ora?
TURIDDU
Or ora!
ALFIO
Compar Turiddu,
avete morso a buono,
c'intenderemo bene
a quel che pare!
TURIDDU
Compar Alfio,
lo so che il torto è mio;
e ve lo giuro nel nome di Dio
che al par d'un cane
mi farei sgozzar.
Ma, s'io non vivo...
resta abbandonata
povera Santa!
Lei che me s'è data,
povera Santa!
Vi saprò in cor il ferro
mio piantar!
ALFIO
Compare,
fate come più vi piace;
io v'aspetto qui fuori
dietro l'orto.
TURIDDU
Mamma, mamma!
Quel vino è generoso,
e certo oggi
troppi bicchier me ho tracannati.
Vado fuori all'aperto.
Ma prima voglio che mi benedite
come quel giorno che partii soldato.
E poi, mamma, sentite:
s'io non tornassi,
voi dovrete fare da madre
a Santa,
ch'io le avea giurato
di condurla all'altare.
Voi dovrete fare da madre
a Santa
s'io non tornassi.
MAMMA LUCIA
Perchè parli così, figliuolo mio?
TURIDDU
Oh! nulla.
È il vino
chem'ha suggerito!
Per me pregate Iddio!
Un bacio, un bacio, mamma!
Un altro bacio - addio!
S'io non tornassi fate da madre
a Santa.
Un bacio, mamma, addio!
MAMMA LUCIA
Turiddu? Che voui dire?
Turiddu! Ah!
Santuzza!
SANTUZZA
Oh! madre mia!
DONNA
Hanno ammazzato
compare Turiddu!
Hanno ammazzato
compare Turiddu!
Cavalleria Rusticana
(“Caballerosidad rústica o pueblerina”)
Del libro "Vita dei campi" ("Vida rural") de Giovanni Verga 1840-1922
Traducido por Armando Cintra Benítez
uriddu Macca, el hijo de doña Nunzia, como ha regresado del servicio militar, cada domingo se pavoneaba en la plaza con el uniforme de soldado y el birrete rojo, que parecía ser aquel que le traía buena suerte, cuando se sentaba en el banco junto a la jaula de los canarios, las muchachas se lo robaban con los ojos mientras iban a misa con la nariz dentro de la mantilla, y los pequeños picaros le bullían alrededor como las moscas.
Él se había traído de las tierras del norte una pipa con un grabado del rey a caballo que parecía vivo, encendía los cerillos con la suela de la bota, por atrás de los pantalones, levantando la pierna, como si fuese a dar una patada. Pero con todo esto, Lola, la hija del capataz Angelo no se había aparecido ni en la misa, ni en el balcón porque se había casado con un licodano, el cual trabajaba como carretero y tenía cuatro mulas de Sortino en el corral. Antes que nada, Turiddu, como sabía del matrimonio, quería arrancarle al licodano las tripas de la panza, aunque nunca le hizo nada, y se desahogaba parándose bajo la ventana de la bella ex novia cantando todas las canciones de desamor que sabía.
—¿Qué acaso Turiddu no tiene nada qué hacer en casa de la señora Nunzia?- Se preguntaban los vecinos al ver cómo pasaba las noches cantando cual si fuese un caminante solitario.
(Finalmente, un buen día se encontró con Lola que regresaba de la peregrinación de la Virgen del Peligro, y al verlo, su faz no se tornó ni blanca ni roja, casi no le importó.)
—¡Bendecido sea aquel que la mira!…
—¡Oh, compadre Turiddu!, me habían dicho que regresó hace un mes.
—A mí, por el contrario, me han dicho otras tantas cosas —respondió él. ¿Es verdad que se casó con el compadre Alfio, el carretero?
—Sí, ha sido la voluntad de Dios —respondió Lola. Tapándose el mentón con las dos puntas del pañuelo.
—La voluntad de Dios se hace con el “estira y afloja” como puede darse cuenta. Y la voluntad de Dios fue que debía regresar desde lejos para encontrarme con estas “agradables” noticias ¡señora Lola!
(El pobre diablo intentaba parecer galante, pero la voz se le había hecho piedra; él caminaba detrás de la muchacha balanceándose al compás de la borla del birrete que oscilaba de un lado al otro sobre sus hombros. A ella, en la consciencia, le crecía la culpa de haberlo visto con la cara larga, pero no tenía corazón de adularlo con bellas palabras.)
—Escuche, compadre Turiddu —le dijo finalmente— déjeme alcanzar a mis compañeras. ¿Qué dirían en el pueblo si me vieran con usted?
—Está bien —respondió Turiddu— ahora que se ha casado con el compadre Alfio, que tiene cuatro mulas en el corral, no es necesario hacer que la gente hable. Mi madre por el contrario, pobrecita, ha debido vender nuestra mula baya, y aquel terreno de vides que estaba sobre la vereda, durante el tiempo en que hice mi servicio militar. Pasó la época en que Berta cosía, y usted no se acuerda más del tiempo en el que hablábamos por la ventana de balcón, cuando me regaló aquel pañuelo, antes de partir, que Dios sabe cuántas lágrimas mías guardara en los momentos en que me iba tan lejos, haciendo que a menudo se me olvidara el nombre de nuestro pueblo. Ahora adiós, señora Lola, hagamos cuenta que partí y morí, y nuestra amistad se acabó.
(La señora Lola se casó con el carretero; y los domingos se metía por el balcón, con las manos sobre el vientre para que todos vieran los gruesos anillos de oro que le había regalado su marido. Turiddu continuaba pasando una y otra vez por la callejuela con la pipa en la boca y las manos en las bolsas, con aire de indiferencia oteando a las muchachas; pero dentro del alma le roía que el marido de Lola tuviese todo ese oro, y que ella hubiese fingido no recordarlo en los momentos en que pasaba caminando a su lado.)
—Quiero darle una lección a esa putilla ¡Para que se dé cuenta con sus propios ojos! —balbuceaba.
Del bando del compadre Alfio estaba el capataz Cola, el vinicultor, el cual era rico y por el buen comer gordo como un cerdo, según decían, y tenía una hija en casa. Turiddu tanto dijo y tanto hizo que logró entrar a trabajar cuidando los terrenos del capataz Cola, y comenzó a frecuentar los linderos de la casa y a decirle pequeños cumplidos a la muchacha.
—¿Por qué no va a decirle a la señora Lola estas bellas palabras?, —respondía Santa.
—¡La señora Lola es una ricachona! ¡Se ha casado con un rey con corona! Así que…
—Yo no valgo la pena para “reyes con corona”.
—Usted vale “cien Lolas”, y conozco a alguien que no se fijaría en la señora Lola, ni en su santo, cuando estuviese usted, porque la señora Lola, no es digna de llevar zapatos. No, no lo es.
—La zorra cuando no pudo alcanzar la uva…
—Dijo ¡cómo eres bella, uvita mía!
—¡Hey! ¡Esas manos, compadre Turiddu!
—¿Tiene miedo que me la coma?
—No tengo miedo ni de usted, ni de su Dios!
—¡Eh! Su madre era Licodana. ¡Lo sé! Tiene la sangre pendenciera, al grado que me la comería con tan sólo mirarla.
—Pues entonces cómame con los ojos, porque no haremos cabriolas; en tanto levante aquel desorden.
—Por usted levantaría la casa entera, la levantaría!
(Ella para no ponerse roja, le tiró un cepillo que tenía en la mano, y no le pegó de milagro.)
—Dejemos el asunto por la paz, que las charlas no ordenan las cosas.
—Si fuese rico, querría buscarme una esposa como usted, señorita Santa.
—Yo no me casaré con un rey de corona, como la señora Lola, pero mi dote la reservaré, para cuando el Señor me mande a alguno.
—¡Sé que es usted rica, lo sé!
—Si sabe que lo soy, entonces dese prisa que mi papá está por llegar, y no quiero que me encuentre en el patio.
(El padre de Santa comenzaba a retorcer los labios, pero la muchacha fingía no darse cuenta, porque la borla del birrete de soldado le había hecho cosquillas dentro del corazón, y le bailaba siempre enfrente a sus ojos. Como el padre corrió a Turiddu del umbral de la puerta, la muchacha le abrió la ventana y de allí platicaba con él toda la tarde, al grado que todo el vecindario no hablaba de otra cosa.)
—Por ti enloquezco —decía Turiddu— y pierdo el sueño y el apetito.
—Son sólo palabras.
—Quisiera ser hijo de Victor Manuel para casarme contigo.
—Palabras.
—Por la virgen que te comería como el pan.
—Palabras.
—¡Ah! ¡Te doy mi palabra!
—¡Ah! Madre mía! —dijo Lola que escuchaba cada tarde, escondida tras la maceta de albahaca, con su intermitente cara que cambiaba de color entre pálida y roja. Un día llamó a Turiddu.
—Así que, compadre Turiddu ¿los viejos amigos no se saludan más?
—¡Pero! —suspiró el jovencito. ¡Beato sea quien pueda saludarla!
—Si tiene intenciones de saludarme, sabe que estoy en casa —respondió Lola.
(Turiddu volvió a verla tan a menudo que Santa se dio cuenta, y un día le azotó la ventana en la nariz. Los vecinos se lo hacían ver con una sonrisa en la cara o con un movimiento de cabeza cada que el uniformado pasaba junto a ellos. El marido de Lola estaba de viaje asistiendo a una feria con sus mulas.)
—El domingo quiero confesarme que esta noche soñé con la uva negra.
—Olvídalo, olvídalo —suplicaba— Turiddu.
—No, ahora que se acerca la Pascua, mi marido querrá saber por qué no fui a confesarme.
—Ah, —murmuraba Santa, la hija del capataz Cola, esperando de rodillas su turno frente al confesionario donde Lola estaba haciendo la purificación de sus pecados. —¡Por mi alma que no quiero mandarte a Roma para la penitencia!
(El compadre Alfio regresó con sus mulas, lleno de dinero y llevó a su esposa como regalo un bello vestido nuevo para las fiestas.)
—Tiene usted razón en llevarle regalos —le dijo la vecina Santa— porque mientras que usted no estaba su esposa le adornaba la casa.
(El compadre Alfio era de aquellos carreteros que llevaban el sombrero sobre los oídos, y cuando escuchó hablar de tal modo de su esposa cambió de color como si le hubiesen acuchillado- ¡Demonio! —exclamó— ¡Si no ha visto bien, no le dejaré ojos para llorar! Ni a usted ni a ninguno de su parentela.)
—¡Mis ojos ya no son para llorar! —respondió Santa. No he llorado ni siquiera cuando he visto con estos mismos ojos a Turiddu, el hijo de doña Nunzia entrar de noche en casa de su mujer.
—Está bien, —respondió Alfio— muchas gracias.
(Ahora que había regresado el gato, Turiddu no frecuentaba tanto de día la callejuela, y despachaba el aburrimiento con los amigos en la taberna, y durante la vigilia de la Pascua, tenían sobre la mesa un plato de salchichas.
En la forma en que entró el compadre Alfio, con el hecho de que Turiddu se fijara en la agudeza de su mirada, comprendió que había ido allí para tratar cierto asunto con él y colocó el tenedor sobre el plato.)
—¿Tiene usted, compadre Alfio, algo que decirme?
—No nos andemos con susurros, compadre Turiddu, tenía tiempo que no le veía y quería hablarle de algo que usted sabe, mejor que nadie.
(Primero, Turiddu le había presentado el vaso para ofrecerle vino, pero el compadre Alfio lo rechazó con la mano. Entonces Turiddu se levantó y le dijo:)
—Aquí estoy, compadre Alfio.
(El carretero le dejó caer el brazo al cuello y abrazándolo le dijo al oído.)
—En la nopalera de Canziria podremos hablar de este asunto mañana por la mañana, si usted así lo prefiere, compadre.
—Espéreme sobre la calle principal al despuntar el primer rayo del sol, e iremos juntos.
(Con estas palabras se besaron las mejillas y de esta manera pactaron el reto a duelo.
Los amigos de Turiddu habían dejado las salchichas, muy callados lo acompañaron hasta su casa. La pobre señora Nunzia, pobrecita, lo esperaba hasta tarde cada noche.)
—Mamita, —le dijo Turiddu. ¿Te acuerdas cuando me fui a hacer el servicio militar que tú creías que no volvería? Dame un beso, bello como el de entonces, porque mañana me iré lejos.
(Antes del alba tomó prontamente el cuchillo que había escondido bajo el heno en los momentos en que había sido llamado como conscripto, y se puso en marcha hacia la nopalera de Canziria…)
—¡Oh Jesusmaría! ¿A dónde vas con esa furia? —sollozaba Lola asustada, mientras su marido se preparaba para salir.
—Voy cerca de aquí, aunque para ti sería mejor que yo no regresara otra vez.
(Lola, en camisón, rogaba a los pies de la cama y apretaba en sus labios el rosario que le había traído fray Bernardino de los Lugares Santos, y recitaba todas las Avemaría que podían ocurrírsele.)
—Compadre Alfio, —comenzó Turiddu, diciéndole al compañero con el que ya había caminado un gran tramo de la calle, el cual estaba callado y con el sombrero sobre los ojos—. Como es verdad, Dios sabe que he fallado y me dejaré matar. Pero antes de venir aquí he visto a mi viejecita que se ha levantado para verme partir, con el pretexto de mandar en el gallinero, casi le hablaba el corazón; y como es cierto que Dios existe, lo mataré como a un perro para no hacer llorar más a mi viejecita.
—Así está bien, —respondió el compadre Alfio, quitándose el chaleco: Pegaremos duro los dos.
(Ambos eran muy buenos tiradores; a Turiddu tocó la primera estocada y fue a colocarla en el brazo, como la tiró bien, volvió a atacar ahora hacia la ingle.)
—¡Ah, Compadre Turiddu! ¡Tiene usted intenciones de matarme en serio!
—¡Sí! Se lo había dicho, ahora que vi a mi viejita en el gallinero, me parece tenerla frente a los ojos.
—¡Abra bien los ojos! —grito el compadre Alfio— que ya estoy por atacarle en una buena medida.
(Como Alfio estaba en guardia agazapado por cuidarse la herida del brazo izquierdo, que le dolía, rozaba a ras del suelo con el codo, esquivando las estocadas de su contrincante, tomó rápidamente un puñado de polvo que arrojó sobre los ojos de su adversario.)
—¡Ah!, gritó Turiddu enceguecido. ¡Estoy muerto!
(Buscaba salvarse saltando desesperadamente hacia atrás; pero el compadre Alfio lo alcanzó con una segunda estocada en el estómago y una tercera en la garganta.)
—¡Y tres! Ésta es por la casa que me has adornado. Ahora tu madre dejará en paz a las gallinas.
Turiddu se tambaleó a un lado y al otro de los nopales y después cayó como una masa inerte. La sangre le gorgoreaba espumeante de la garganta, y no pudo proferir ni siquiera “¡ay madrecita mía!”
Mascagni y el Fascismo
De “La música como elemento de análisis histórico”
Joaquín Piñeiro Blanca
Universidad de Cádiz, Spain
as brutales diferencias sociales entre el norte y sur de Italia fueron puestas de manifiesto en la obra de Mascagni. Si bien la clase obrera industrial de la Lombardia y el Piamonte tenía problemas comunes con otros proletarios europeos, las condiciones infrahumanas del campesinado napolitano y siciliano conmovieron particularmente a este compositor.
El estreno de Cavalleria Rusticana en 1890, obra ganadora de un concurso de óperas en un acto convocado por el editor Sonzogno, marcó el comienzo de su carrera. En ella se desarrollaba una historia extraída de la vida cotidiana, con absoluto respeto a las unidades de tiempo, acción y lugar. Un “trozo de vida”, en definición de los compositores veristas. La atmósfera violenta y sanguinaria de Il piccolo Marat (1921) parece reflejar la que dominó Italia en los turbulentos años posteriores a la I Guerra Mundial, iniciados precisamente en 1921, con la escisión socialista de Livorno y la llegada del fascismo. En esta obra hallamos personajes y acciones de un libertarismo genérico, sin referencias históricas precisas, ya que el pequeño revolucionario (marat en jerga) que da título a la pieza no se refiere al personaje de la revolución francesa. El optimista final hace que los oprimidos por el príncipe de Fleury y el gobernador Orco lograsen triunfar en su acción revolucionaria. Sin embargo, en 1934, Mascagni se afilió al partido fascista e ingresa en la Reale Accademia d’Italia, tras lo que se convierte en uno de los intelectuales oficiales del Régimen de Mussolini. Tras haber sido el compositor que reflejó las miserias de obreros y campesinos, trabajó, al igual que Giordano —el compositor de Andrea Chenier— , para enaltecer al Duce, como sucedería en el Inno degli avanguardisti. A cambio de ello, recibió honores como pago de una brillante producción cultural que los fascistas pudieran exhibir en el extranjero. La ópera Nerone (1935) evocaba los fastos de la Roma clásica, tan frecuentemente evocados por los totalitarismos europeos, aunque la falta de heroísmo del personaje protagonista no sirviese del todo a los intereses de la ideología oficial. No obstante, al igual que Richard Strauss, reaccionaría tres años más tarde, dimitiendo de sus cargos y abandonando el partido en 1937.
Cavalleria Rusticana de Giovanni Verga
Regina coeli laetare e Inneggiamo de Cavalleria Rusticana.
Orchestra & Chorus of the Teatro Alla Scala, Milan
Chorus Master: Romano Gandolfi
Conductor: Georges Prêtre
Franco Zeffirelli
1982
Intermezzo sinfonico.
Orchestra & Chorus of the Teatro Alla Scala, Milan
Chorus Master: Romano Gandolfi
Conductor: Georges Prêtre
Franco Zeffirelli
1982