*Allegro, ma non tanto de la Sonata para cello y piano en la mayor, op. 69 n.° 3.
ENERO...
SONATAS PARA CELLO Y PIANO, OP. 5 N.° 2 Y OP. 69 N.° 3
Grabado de Rudolf Eichstaedt - Colección Mansell.
Sonatas para cello y piano, op. 5 n.° 2 y op. 69 n.° 3
a Sonata para cello y piano en sol menor, op. 5 n.° 2 y la Sonata para cello y piano en la mayor, op. 69 n.° 3, de Ludwig van Beethoven son notables, no sólo por su belleza intrínseca, sino también por el importante lugar que ocupan en la historia de la música para cello. En la sonata en sol menor, junto con su compañera la Sonata para cello y piano en fa mayor, op. 5 n.° 1, compuesta en 1796, puede decirse que Beethoven ha creado, de un solo trazo, la clásica sonata para cello y piano, no sólo dándole su propio y recientemente desarrollado estilo pianístico, grande, casi orquestal, sino también otorgándole al cello un aire de esplendor, al mismo tiempo íntimamente lírico y grandiosamente dramático. Y de estas dos obras la sonata en sol menor se sitúa quizás en un plano algo más elevado por su lenta introducción, extraordinaria y larga, una música tan hermosa como ninguna de las que haya jamás compuesto para cello y piano. Luego, con la sonata en la mayor op. 69, escrita doce años más tarde, en 1808, Beethoven produjo una de las obras más perfectas para cello, llena de vida, de canto y maravillosamente planeada desde su principio hasta el fin. Había existido una regular cantidad de composiciones para cello y para su predecesora, la viola da gamba, en la era barroca, y son sobresalientes, naturalmente, las notables seis suites de Bach para instrumento solo. Pero la tendencia general era utilizar el cello como continuo o instrumento bajo. Y en los albores de la era clásica, Haydn y Mozart, en sus tríos, continuaron usando el cello principalmente como doble del teclado. Haydn produjo, entre sus abundantes obras, dos atrayentes conciertos para cello. Uno de ellos, cuya autenticidad se ha puesto en tela de juicio por mucho tiempo ya, es una obra popular. El otro es un descubrimiento del siglo pasado. Pero ni Haydn ni Mozart escribieron sonatas para cello.
Naturalmente, para que Beethoven escribiese sonatas para cualquier otro instrumento que no fuese su favorito, el piano solo, hacía falta un estímulo exterior, y eso fue lo que recibió el joven compositor y pianista, y una de las maneras en que podía hacerlo era con la actuación conjunta de un virtuoso de las cuerdas, escribiendo composiciones en las que ambos pudiesen colaborar para lucir técnica y temperamento. Las dos sonatas fueron escritas para ser ejecutadas en la corte del Rey Friedrich Wilhelm II de Prussia, quien tenía una especial predilección por el cello.
Ferdinand Ries, el alumno de Beethoven, que en 1838 publicó Notas biográficas de Ludwig van Beethoven, escribe respecto a este acontecimiento relacionado al Rey Friedrich Wilhelm II: "Tocó varías veces en la corte, donde interpretó las dos grandes sonatas, con 'obligatto' de violoncelo, escritas para Duport, primer violoncelista del rey, y para él mismo". A su partida recibió una cajita de oro para rapé llena con Luises de oro. Beethoven declaró con orgullo que esa no era una caja de rapé ordinaria, sino una "digna de un embajador". Había dos Duport, Jean Louis y Jean Pierre al servicio del rey. Eran hermanos y celistas. El que resultó más famoso fue el menor, Jean Louis, quien, en París durante 1780, había sido inspirado por un violinista virtuoso de paso, Giovanni Battista Viotti, a desarrollar proezas de igual brillo con el cello. Cuando se desató la Revolución Francesa, se dirigió a Berlín donde su hermano había estado desempeñándose como primer celista de la Orquesta Real desde 1773. Considerado como extraordinario ejecutante en la opinión general de entonces, durante los últimos años de su vida Jean Louis compuso muchas obras para su instrumento y también escribió un famoso tratado y una serie de ejercicios para él mismo. Con cualquiera de los Dupart, al tocar Beethoven sus sonatas el efecto debió haber sido sensacional, porque entonces se desconocía música alguna para cello y piano con ese esplendor sonoro, esos efectos espectaculares y esa profusión de ideas.
La Sonata para cello y piano en sol menor, op. 5 n.° 2 es una obra en gran escala. Comienza con una de las páginas mayores en la primer época de Beethoven; un Adagio sostenuto e espressivo, que se inicia con un dramático diálogo entre piano y cello, y progresa a través de una línea melódica de creciente acerbidad e intensidad, espléndidamente escrita para ambos instrumentos, hasta apaciguarse con frases inquisitivas y anhelantes. Podría ser considerado por sí solo como un movimiento lento completo. Sigue un dramático Allegro molto piu tosto presto. El primer tema es meditativo y vacilante; el que le responde trata de provocarle una mayor intensidad al movimiento. La exposición es espaciosa y llena, como lo son el desarrollo, la recapitulación y la coda. El Rey de Prussia, aparentemente, no tenía asuntos diplomáticos que viniesen a interrumpir sus placeres musicales, y Beethoven se hallaba muy ansioso de mostrar su capacidad de invención. El Rondo-Allegro, es igualmente encantador y pródigo en ideas. En él, Beethoven crea interesantes combinaciones tonales para ambos instrumentos. Su episodio final es una caprichosa composición efectista en sí misma, mientras provoca en el oyente una sucesión de sorpresas rítmicas.
La Sonata para cello y piano en la mayor, op. 69 n.° 3, compuesta en mayor parte en 1807 y publicada en 1808, fue dedicada al barón Ignaz Freiherr von Gleichenstein, íntimo amigo, además de excelente celista y secretario en el Departamento Imperial de Guerra en Viena. Ese también fue el año del espléndido Concierto para piano y orquesta n.° 4 en Sol mayor, op. 58, que en un principio Beethoven había pensado dedicar al barón. Pero, a veces, debía seguir una línea de protocolo entre sus nobles amigos en las altas esferas, quienes también servían para protegerlo contra las acusaciones de informantes que pretendían que leía demasiados "libros prohibidos". Decidió dedicar el concierto a su alumno, el Archiduque Rudolf de Austria, y escribió a Gleichenstein que estaría igualmente satisfecho con la sonata para cello: "Está surgiendo otra obra en la que le será dado lo que le corresponde a Ud. o a nuestra amistad".
La Sonata para cello y piano en la mayor, op. 69 n.° 3 puede resistir una comparación con el Concierto para piano y orquesta n.° 4 en sol mayor, op. 58 y, en efecto, existe una interesante similitud anímica y conceptual entre ambas obras, como si hubiesen sido concebidas en el mismo período creativo. Las dos se hallan entre las más tiernamente líricas de esa época, contrastando con las más heroicas y tempestuosas que las rodean. Ni una ni otra tienen una introducción lenta, pero en ambas el tema inicial casi parece ser uno en su carácter atrayentemente meditativo, irregularmente ritmado y es el motivo siguiente o sea el que responde, el que provee el impulso para el movimiento. Hay, eso sí, un "intermezzo" corto, encantador, que lleva al finale. En la sonata, desde los primeros compases del Allegro, ma non tanto inicial, se nota con qué magia Beethoven unió cello y piano en una sola voz expresiva. La exposición es breve aunque musicalmente rica, y su repetición es muy bienvenida. La sección del desarrollo forma, con lo que parece ser un nuevo motivo, una frase cromática en descenso realmente compuesta con parte del primer tema (empezando con su quinta nota).
Típicas de la forma de sonata como Beethoven la utilizaba entonces, la recapitulación y la coda siguen a las secciones precedentes como parte de una unidad orgánica, con progresivo fluir de sentimientos, que se desarrolla desde la primera hasta la última nota. Y así la coda surge como culminación de todo el movimiento con la nueva luz que lanza sobre el motivo del desarrollo, que se transforma en una frase en "ostinato" del piano sobre armonías cambiantes creadas por las largas notas descendentes del cello. Hay unos conmovedores trinos hacia el final. Sigue un Scherzo-Allegro molto, travieso y sincopado, con su trío que se escucha dos veces, fluyendo cual una brisa. Entonces aparece el Adagio cantabile, una conmovedora canción en mi mayor, hermosa y simple, primero por el piano con el cello en armonía, y luego por el cello, que lleva el último movimiento, Allegro vivace en la mayor. Este es decididamente un movimiento en forma de sonata, contraparte del primer movimiento pero más alegre. La escritura es de bravura para ambos instrumentos, no en un despliegue técnico sino para intensificar el brío y llega a un incandescente "clímax" en sus páginas finales, con su apoteosis del tema principal. La conclusión es tranquila, la excitación se extingue en una manera que debe haber provocado suspiros de satisfacción en sus primeros oyentes, al igual que lo hace hoy.
Sonata para cello y piano en sol menor, op. 5 n.° 2
Mstislav Rostropovich, cello
Sviatoslav Richter, piano
Sonata para cello y piano en la mayor, op. 69 n.° 3
Antonio Meneses, cello.
Maria João Pires, piano.