*Feierlich und gemessen, ohne zu schleppen.
Sinfonía nº 1 en Re Mayor, Titán
n junio de 1894 ejecutó Gustav Mahler su Primera Sinfonía en un festival musical en Weimar, desatando indignado clamor de la crítica musical germana, que condenó la obra cual si fuera un crimen contra la ley y el orden establecidos en los reinos de la música sinfónica. Sólo unas pocas voces habían proclamado su entusiasmo al reconocer allí la audacia del genio, conquistando nuevas extensiones para el territorio musical. Recuerdo en forma vívida la fascinación con que devoré todas las informaciones que cayeron en mis manos, y aún siento el ardiente interés con que leí acerca del tercer movimiento, una Marcha Fúnebre que había encendido las mentes de los Filisteos de la pluma. Estuve bajo la impresión de que representaba un acontecimiento importante en mi vida juvenil -tenía entonces 17 años- y añoré en forma ferviente familiarizarme con la partitura y su autor. El milagro sucedió en otoño de ese mismo año: el Destino hizo que se cumplieran mis anhelos. Fuí contratado como maestro de repertorio y asistente musical en la Opera de Hamburgo, cuyo director principal era Gustav Mahler. Allí le encontré al primer día de mi arribo y dejó en mí impresión soberana. Su presencia era la que esperaba yo encontrar en el compositor de una sinfonía tan revolucionaria como la suya; al mismo tiempo, irradiaba una simpatía humana y honestidad que se avenía a las mil maravillas con el carácter ascético e introvertido de sus facciones. Desde el comienzo de mi ávida actividad, primero como maestro interno y pronto como director de coro, me hizo feliz comprobar el creciente interés de Mahler en mi musicalidad de novato y no tardé en reunir coraje para hablarle de su Primera Sinfonía. Por entonces había dado ya cima a la Segunda Sinfonía, tan enteramente diferente de su predecesora, y él tocó al piano ambas, para mí, como se habituó a hacerlo más tarde con todas sus composiciones, hasta La Canción de la Tierra. La impresión que me produjo aquella música excedió inclusive las esperanzas que había cifrado en ella. Desde entonces comenzó a entablarse entre nosotros una amistad tan estrecha como lo permitían las diferencias de edad y madurez entre el maestro y un "aprendiz". Ese vínculo se estrechó más y más a medida que iba yo asentándome profesionalmente, y perduró hasta su muerte, en 1911. Estas líneas no me brindan ocasión de extenderme sobre la compleja y vigorosa personalidad de Gustav Mahler. Baste decir que poseía un alma humana y grande, cuyas visiones, anhelos y emociones alcanzaron las fronteras mismas donde comienzan las limitaciones del hombre. Sus obras le muestran como músico creador de genuina originalidad, en inspiraciones dictadas por su honda humanidad, por su amor a la Naturaleza y también por su vida espiritual interior. Hasta su muerte buscó a Dios, y su música nos dice de esa su añoranza, tan cara al corazón, que halló asimismo expresión verbal en partes vocales de sus sinfonías. Pero, conmovido como lo estuvo toda su vida por las eternas cuestiones que hacen al destino del hombre -e influido por ellas en su obra creadora- escribió como compositor música elemental, de esa que puede comprenderse desde un punto de vista estrictamente musical.
Tenía Mahler 28 años cuando puso fin a su Primera Sinfonía, en 1888. En aquel momento la bautizó "El Titán" debido a su admiración por la novela Titán del gran poeta germano Jean Paul, por cuya exuberancia emocional, ilimitada fantasía y grotesco humor, sentía honda afinidad tanto en su alma como en su mente. Yo mismo, entusiasta lector de Paul en mis años juveniles, confirmo de buen grado la afinidad espiritual de músico y poeta, que revela el lenguaje musical exuberante y apasionadamente elocuente de la Primera Sinfonía de Mahler.
Pero el título de El Titán, que abolió años más tarde, no indica más que la atmósfera general prometeica de una obra cuya fuente inmediata fué una experiencia muy personal: un amor apasionado que dejara en llamas el corazón del joven músico y que había llegado a trágico fin. En su Sinfonía, encontró Mahler una expresión de su arte para una época fatídica de su vida, de modo que tenemos derecho a considerar esta creación una especie de confesión personal a través de la música.
En mi libro sobre Gustav Mahler, escrito en 1936, en ocasión del 25º aniversario de su desaparición, llamé a esta Sinfonía su Werther, comparándolo con la primera novela del joven Goethe, Werther's Leiden (Las Penas de Werther). Porque, a semejanza de Goethe, fué dado a Mahler desahogar una tronchante experiencia personal de juventud en las arenas artísticas. Puedo añadir que, tanto en la actividad creadora de Mahler como en la de Goethe, la primera gran obra ha sido la única inspirada en un episodio real de la vida personal de sus autores.
Los primeros gérmenes de la composición aparecen ya cuatro años antes de su conclusión, cuando compuso Mahler sus Lieder eines Fahrenden Gesellen (Canciones de un Caminante), ciclo de cuatro "Lieder" con orquesta. Mahler en persona escribió los poemas en los términos poéticos y dentro del sentimiento romántico que le hace asemejar a los autores de esa colección medieval de versos titulada "El Cuerno Mágico de la Niñez". Canciones del Caminante narran la historia de un doncel que revela al mundo sus cuitas de amor, pasión y dolor. El contenido emocional de esas poesías y también el material temático con que las musicó, fué creciendo y desarrollando en el alma de Mahler en los años subsiguientes, hasta madurar y fructificar por completo en su Primera Sinfonía.
Pero, cualquiera hayan sido el éxtasis de sus sentimientos y el impacto de los hechos positivos como elementos estimulantes de la imaginación musical del compositor, el producto final de su autoexpresión creadora fué música "absoluta" de naturaleza sinfónica; porque Mahler fué por naturaleza, compositor sinfónico; y su fantasía musical, desligada de tradiciones o influencias convencionales, y nutrida en cambio por Beethoven, Haydn, Mozart, Schubert, era de carácter sinfónico. Como en Brahms, hubo en la naturaleza de Mahler una corriente romántica tanto como clásica. En contraste con Brahms, no se esforzó por sujetar los torrentes emocionales de su fantasía musical a la lógica imperativa de la forma sinfónica, sino que adaptó a los excesos pasionales de su naturaleza estática esta forma sinfónica que -aunque con considerables innovaciones- siguió siendo un poder dominante a través de toda su actividad creadora.
Así, debemos reconocer también que esta tempestuosa "primeriza" de su Musa, es realmente una Sinfonía, con los cuatro movimientos de rigor. El primero comienza con una introducción lenta, seguida de un Allegro interrumpido por otro episodio lento; el segundo tiempo exhibe la forma usual de Scherzo, Trío, Scherzo; el tercero equivale al movimiento lento de la Sinfonía, en forma de Marcha Fúnebre, y el cuarto es un Finale tormentoso. Los primeros dos movimientos son de naturaleza fundamentalmente idílica; el tercero y cuarto de fundamento trágico. Me dijo Mahler cuando discutimos ese contraste. "Imagine antes del tercer movimiento un suceso catastrófico que es fuente emocional de la Marcha Fúnebre y del Finale."
La voz de un "cu-cú" que anuncia el advenimiento de la Primavera -lo extraño es que ocurra en intervalo de cuarta descendencia (Re-La) en lugar del habitual intervalo de tercera (Re-Si Bemol)- había encantado a Mahler. La empleó como Leitmotiv del primer movimiento (originariamente titulado Primavera sin fin), y en cierto sentido, también de toda la Sinfonía. El primer movimiento canta los inocentes días juveniles, el amor por la Naturaleza, la alegría de vivir; y concluye en jubilosa explosión. La música de danzas aldeanas moravas, que Mahler escuchara a menudo en su juventud, la encontramos elevada a nivel sinfónico en el segundo movimiento, cuyo áspero vigor es contrastado por un grácil tema quasi-valsante en el Trío. Aires como éste nos demuestran que en lo profundo del alma de Mahler palpitaba la canción. Revelan su afinidad con Schubert y Bruckner, y en sus temas cantables, como en aquellos de sus grandes predecesores, escuchamos la voz inmortal de una Austria que se retrotrae a un pasado sin límites, inmemorial. Sin transición alguna, los timbales asordinados del tercer movimiento comienzan a batir su incesante ritmo de marcha, sobre el cual se levanta y decae un cántico espectral en canon, y nos vemos transportados a un inferno que acaso no tiene igual en la literatura sinfónica. En su parte central hay una interrupción, provocada por un conmovedor episodio lírico; luego la marcha se inicia nuevamente con acrecida amargura, y termina en talante de aniquilación. Mahler había llamado este movimiento "Marcha Fúnebre a la Manera de Callot". Un dibujo del grabador francés Jacques Callot había llamado una vez poderosamente su atención fantasiosa. Muestra una procesión de animales danzando alegremente, mientras acompañan a su tumba el cuerpo de un cazador muerto. Pero estoy seguro de que la imaginación de Mahler, cuando escribió esta página musical revolucionaria, estaba también aprisionada por la figura demoníaca de "Roquairol", del Titán de Jean Paul. En él halló música verdadera. De análoga naturaleza es también la relación entre la música de Mahler y las visiones y sentimientos que vivieron en su alma mientras la escribió.
Aproximadamente hacia 1909, año y medio antes de su muerte, Mahler me escribió desde Nueva York, luego de una audición de su Primera Sinfonía que él había dirigido: "Quedé muy satisfecho de esta aventura juvenil. Me siento profundamente afectado cuando dirijo una de esas obras mías. Hay, cristalizando, un dolor ardiente en mi corazón. ¿Qué mundo es éste, que despierta tales sones y reflexiones de imágenes? Cosas como la Marcha Fúnebre y el estallido de la tormenta que sigue, me parecen como una flamína acusación del Creador."
Por cierto que Mahler se rebeló contra el Hacedor cuando escribió esta Sinfonía. Pero fué la rebelión de un altivo corazón atenaceado por conflictos íntimos y dudas interiores. Sus obras pasteriores le muestran sobre una senda ascendente, que lleva gradualmente a las alturas y abre a esta mente escudriñadora más amplios horizontes y más elevados aspectos que aquellos oscurecidos por apasionadas experiencias de mocedad. Su Primera Sinfonía, en la que encontró expresión de arte esa época borrascosa de su vida, por su riqueza musical y originalidad, perdurará musicalmente como piedra miliar de su grandeza como compositor, en la posteridad.
Bruno Walter