*Audio 1º Mov.
ENERO...
SINFONÍA Nº 9 EN MI MENOR OP. 95, "DEL NUEVO MUNDO".
*REQUIEM OP. 98.
*STABAT MATER.
*RUSALKA OP. 114. "ÓPERA EN TRES ACTOS".
*CUARTETO DE CUERDAS Nº 12 EN FA MAYOR OP. 96 AMERICANO.
*CANTOS DE AMOR OP. 83.
Antonín Dvořák
vořák vio la luz en la pobreza y en el anonimato de Nelahozeves el 8 de septiembre de 1841, como hijo de un hotelero y carnicero. Murió en la abundancia y en el honor en Praga el 1 de mayo de 1904, siendo uno de los compositores más célebres de su tiempo. Pese a la suerte más adversa, esta transformación se debió a su propio esfuerzo. Brahms tuvo algo que ver con ella, pero no es realmente cierto que fuera el “descubridor” de Dvořák, quién ya estaba recibiendo una pequeña pensión del Kultusministerium en Viena cuando Brahms, en 1877, fué designado para la mesa de exámenes de esa institución, sintiéndose atraído por la música de Dvořák. Ante la sugerencia de Brahms, el editor Simrock aceptó del compositor bohemio un conjunto de duetos moravos para dos sopranos y más tarde encargó las Danzas Eslavas que dieron a la reputación de Dvořák una repercusión que desbordó los límites europeos. En los últimos años de su vida fué apreciado y honrado internacionalmente. Su obra asimila la música folklórica de la nativa Bohemia a la música del romanticismo alemán de las postrimerías del siglo XIX. Es honesta, lograda y efectiva, y hoy, mucho después de su muerte, sigue gozando de popularidad universal entre los oyentes de todo grado de cultura musical.
En 1891 Dvořákfué invitado a visitar América y a dirigir por dos años el Conservatorio Nacional de Música. Rehusó. Tenía ya cincuenta años y era famoso; podía seguir sus propias inclinaciones. Pero el ángel del Conservatorio Nacional –una señora Thurber- no creyó en el no como respuesta; persiguió al recalcitrante compositor con cables y telegramas y la oferta de honorarios anuales de 15.000 dólares. Era una suma grande; Dvořák reconsideró y firmó en la línea de puntos. En setiembre del año siguiente, acompañado de su mujer, dos de sus hijos y un secretario, viajó a Bremen y allí se embarcó en dirección al Nuevo Mundo…
Sinfonía nº 9 en Mi menor Op. 95 “Del Nuevo Mundo”
on anterioridad a Schönberg y Strawinsky, la historia musical no registra un alboroto de crítica que haya provocado tan inútil derroche de tinta comparable al gran debate que se originó con motivo del denominado “Nuevo Nacionalismo Americano” de Dvořák. ¿Era algo genuino o una importación falsificada? Los diarios de Nueva York dedicaron columnas enteras a la controversia; en otras partes, la prensa lanzaba el guante, volvía a recogerlo y lo hacía circular con una verbosidad plena de virtuosismo.
En Maniatan, W. J. Henderson de “The Sun” insistía en que “de ninguna manera puedo contradecir a quien afirme que Dvořák no logró reproducir la expresión del negro sino que continuó componiendo como bohemio”.
Por su parte, en Filadelfia, el compositor negro Henry T. Burleigh, quien a menudo cantaba canciones de las plantaciones para el maestro, recordaba que Dvořák “se saturaba del espíritu de las viejas canciónes… solía interrumpirme y preguntar si así cantaban los esclavos… y luego inventaba sus propios temas”. En Chicago, Glenn Dillard Dunn contaba con admiración que “ningún maestro de su generación estuvo mejor equipado para mostrar a los americanos cómo desarrollar un arte propio”. Finalmente, en Boston, Phillip Hale citaba a Miloslav Rybâk, íntimo del compositor, como autoridad para la afirmación de que “cualquier elemento que no fuese checo, no digo ya eslavo, repugnaba a su individualidad musical”.
En Europa, las opiniones eran más unánimes. William Ritter, desde Praga, citaba una declaración efectuada al “Mercure Musical” de París firmada por los hijos de Dvořák: “Las obras de su período americano, que algunos sostienen han sido tomadas de aires negros, son de auténtica inspiración de nuestro padre; …responden a un origen eslavo, y cualquiera que posea el menor sentimiento, proclamará este hecho”. Sin embargo, otro crítico de Praga, Joseph Bartos, declaraba que el estilo nacional checo “era algo mucho más profundo que el exotismo sonoro de (Dvořák)”. Y luego, el propio compositor, en una carta al director Oskar Nedbal con relación a la Sinfonía “del Nuevo Mundo”, escribía: “le envío el librito analítico de (Hermann) Kretzchmar, pero le ruego omitir las tonterías de que yo haya escrito empleando motivos americanos e indígenas porque no es verdad. Sólo intenté componer dentro del espíritu de las melodías folklóricas americanas”. Ello no obstante, el biógrafo Karen Hoffmeister afirma llanamente que “una serie de motivos empleados como base de la obra están relacionados con América. Este material temático… ha sido derivado o imitado tomando fuentes negras o indias”.
No puede negarse que Dvořák buscó todos estos problemas. Había llegado de los Estados Unidos como Director del Conservatorio Nacional de Nueva Cork; nadie pudo imaginarse que se trataba de un folklorista mesiánico que trataría de predicar su evangelio personal a una nación demasiado joven para tener conciencia de su naciente cultura. Pero poco antes del estreno de la sinfonía “del Nuevo Mundo”. (que tuvo lugar el 15 de diciembre de 1893 en el Garnegie may, por la orquesta de la Sociedad Filarmónica dirigida por Antón Seid), el compositor efectúo la siguiente declaración: “Creo que el futuro musical de este país debe ser fundado sobre lo que se denomina la melodía negra. Esta puede ser la base de una escuela de composición original y seria que se desarrolle en los Estados Unidos. Cuando recién llegué, tuve idéntica impresión, que se ha transformado ahora en convicción arraigada. Estos temas, hermosos y variados, son el producto de la tierra. Son americanos. Son los cantos folklóricos de América y vuestros compositores deben volcarse hacia ellos. Todos los grandes músicos han bebido en los cantos del pueblo”.
Con respecto a la sinfonía “del Nuevo Mundo” en particular, este pronunciamiento resultó ser incongruente por dos motivos, además de por cualquier evidencia interna que pueda aducirse en contradicción a ello. La primer razón es que en Nueva Cork sólo se efectúo el bosquejo preliminar de la obra (Dvořák vivía en esa ciudad en un departamento del número 327 de la calle 137 este). Algo de la partitura fue compuesta, y toda ella orquestada, en una colonia totalmente ocupada por oriundos de Bohemia, formada por granjeros y relojeros, ubicada al noreste del estado de Iowa, alejada de cualquier fuente de cultura negra y relativamente desprovista de indios sociables o de americanos de habla inglesa. Se trataba de Spillville, rincón transportado desde el Viejo Mundo donde Dvořák volvió a vivir entre sus compatriotas. Se incorporó en forma tan completa a la comunidad que llegó a asumir los estrictos deberes de organista y director del coro de la iglesia del pueblo, la de San Wenceslao. Sin duda cualquier producto de un medio tan completamente etnocéntrico tendría probablemente un sentimiento nacionalista –pero bohemio-, o por lo menos bohemio emigrado más bien que americano.
En cuanto al segundo motivo, me referiré a un libro cuyo título es “Epoch”, biografía escrita por Percy MacKaye del pintoresco actor y presunto productor de fin de siglo Steele MacKaye. Según el joven MacKaye, su padre, sin dar a publicidad el hecho, había comisionado a Dvořák la música incidental para un gran espectáculo que sería producido en la Exposición Mundial de Chicago en el verano de 1893. Esta extravagancia que se titularía “El Buscador de Mundos”, se referiría al descubrimiento de América en escala teatral tan inmensa que el género había sido denominado “Spectatorium”, descripción no muy insinuante que digamos. De todos modos, el proyecto tropezó con dificultades económicas, además de lo cual el “Spectatorium” se incendió antes de ser completado, con lo que no hubo nada más que decir al respecto. Según Percy MacKaye, la música de Dvořák para “El Buscador de Mundos” se convirtió en la sinfonía “del Nuevo Mundo”. Cada cual puede aceptar o desechar esta versión… La correspondencia ni los otros documentos del compositor en existencia lo mencionan en absoluto. MacKaye insiste que ello se debió a la ruina del proyecto del “Spectatorium” que había sido objeto de severísima burla por parte de los periódicos de Chicago y Nueva York, implicando en consecuencia, que el compositor no tenía deseos de admitir haber estado de ninguna manera relacionado con el mismo. No existen pruebas, pero los hechos podrían muy bien haber ocurrido tal cual los relata MacKaye.
Cualquiera sea su origen, de ninguna manera puede discutirse la unidad sinfónica, la inatacable coherencia orgánica de la sinfonía, que se suele designar con mayor propiedad (pero no con toda exactitud) Sinfonía Nº5 en Mi Menor Opus 95. La traducción más correcta del subtítulo en checoslovaco “Z Novecho Sveta”, es “De Nuevo Mundo”. En cambio, la numeración puede confundir a quien esté interesado en saber el orden lógico de las sinfonías de Dvořák. La cronología que se indica a continuación podrá servir para lograr la perspectiva de la serie íntegra, aunque nunca hubo duda en cuanto a que ésta es la última de nueve obras:
1865-Sinfonía en Do Menor, Opus 3 (Las Campanas de Zionice”)
1865-Sinfonía en Si Bemol, Opus 4
1873-Sinfonía en Mi Bemol (Opus orig. 10)
1874-Sinfonía en Re Menor (Opus orig. 12)
1875-Sinfonía en Fa (Nº3), Opus 76 (Opus orig. 24; rev. En 1887)
1880-Sinfonía en Re (Nº1), Opus 60
1885-Sinfonía en Re Menor (Nº2), Opus 70
1889-Sinfonía en Sol (Nº4), Opus 88
1893-Sinfonía en Mi Menor (Nº5), Opus 95 (“Del Nuevo Mundo”)
Como prefacio a un estudio analítico, debería consignarse que la Sinfonía “del Nuevo Mundo” está estructurada según un molde del tipo César Frank, es decir, que se trata de una sinfonía “cíclica” en la cual el tema inicial reaparece en cada uno de los movimientos posteriores, a la vez que el finale contiene alusiones a la mayoría de los temas que lo han precedido. Para aquellos que tengan interés en el aspecto estilístico, puede mencionarse que los temas importantes comparten la tercera ascendente, ya sea mayor o menor.
Se ha sugerido que los treinta y cuatro compases del Largo inicial representan al inmigrante que contempla desde el mar mientras su barco se aproxima al Nuevo Mundo. Puede ser. Pero sinfónicamente, la obra comienza con el tempo cambiado a Allegro Molto y la afirmación del enérgico tema en acordes habrá luego de abarcarla en su totalidad. Si existe un tema “del Nuevo Mundo” es sin duda éste. El compás 149 inicia un solo de flauta que parece recordar a “Swing low, Sweet chariot” a pesar de la firme negativa de Dvořák en cuanto a esa intención. Por cierto que la cita no es completa; sólo presenta la segunda mitad de la conocida melodía. Pero una cosa es una melodía mientras que otra es un tema viable, y lo que ofrece Dvořák es un tema eminentemente apto para su tratamiento sinfónico. Probablemente nos encontremos ante un caso de inspiración inconscientemente apoyada por la memoria, pero en ese caso Dvořák elaboró y amplió su recuerdo.
Por algún motivo se ha difundido la creencia de que el nostálgico tema principal del Largo ejecutado por el corno inglés ha sido tomado del pseudo-spiritual que se denomina “Goin’ Home”. En realidad, no hay ningina duda que el Largo es anterior a “Goin’ Home”. Esta última obra pertenece a William Arms Fisher, uno de los alumnos de Dvořák y fue publicada recién en 1922 –casi tres décadas después de la Sinfonía Nº5.
El Scherzo, bellamente elaborado con sus dos tríos (tan complejas son sus repeticiones que poco falta para que el movimiento se convierta en un Rondó), evoca a la Bohemia más que a ningún lugar conocido de los Estados Unidos, excepto quizás la ya mencionada localidad de Spillville. Resulta fascinante observar que cuando por fin se interrumpe el idilio, es el tema principal del primer movimiento el que lo hace (abrupta recordación quizás de que cualquier nostalgia del viejo mundo debe ceder ante pensamientos del nuevo.
Aunque el final evita un desarrollo tradicional, es en realidad una fantasía libre. Estructuralmente es el movimiento más ajustado y elaborado de los cuatro. Y su efecto es “maravillosamente acumulativo”. La exposición contiene también varias ideas nuevas. La última de ellas, que inicia el desarrollo, recuerda claramente (según el marco de referencia de quien escucha) ya sea a “Three blind mice” (Tres ratoncitos ciegos) o a la canción folklórica checa cuyo título puede traducirse por “Escardando campos azules de lino”. En última instancia, al reflexionar sobre este fenómeno de mezcla de culturas, y sobre la popularidad de su música, no sólo en los denominados Viejo y Nuevo Mundo, sino también en todas partes, se llega a una conclusión: su estilo característico es el dominio de un idioma universal y no el de ningún lenguaje local. Y a la postre, ¿Qué sentido tiene tratar de descifrar un mensaje que todo el mundo comprende?
James Lyons
Sinfonía del Nuevo Mundo
Wiener Philharmoniker
Herbert von Karajan